La historia y la herencia cultural africana tiene una deuda con las tribus zulús, y especialmente con su brillante líder Shaka Zulu, aquel guerrero brutal que consiguió unir, a sangre y hierro, en un solo reino a todas las facciones tribales dispersas del Sur de Africa. Fiero como una pantera su fama internacional le llegó de sus enfrentamientos con los Boers. Militarmente preparadas y aleccionadas frente a la dominación de los blancos, las tribus zulús protegieron sus tierras durante años frente a la explotación y el colonialismo. Hoy, Shaka, es un símbolo nacional, y las tradiciones y valores que forjó durante su Imperio aún resuenan en el continente negro.

Los Indios, grandes guerreros, granjeros y nómadas. Tribus sagradas con lazos ancestrales establecidos entre sí en Alaska, Hawai y el resto de los Estados Unidos, que formaron la cultura milenaria de los "pieles rojas". Nativos americanos fueron los sioux, arapajoes, apache, cheyenne o cherokee y sus famosos líderes como Geronimo, Crazy Horse, Sitting Bull que evocan las luchas épicas de la conquista del salvaje oeste.

El ejemplo supremo de la civilización india era el guerrero. Sus infinitas virtudes lo convierten en una figura admirable. Y para ser un buen guerrero como lo entendían, no era suficiente tener un valor extraordinario; había que ser generoso, desapegado, austero y noble: un verdadero caballero. Era una forma de vida, un camino hacia la perfección.

Traídos desde la India por los Macedonios e incorporados a los ejércitos Europeos, los poderosos y fieros —aunque pacíficos e inteligentes— elefantes fueron usados como armas de choque durante las Guerras Púnicas. Con ellos, Aníbal, aquel gran estratega que juró odio eterno a los romanos, cruzó los Alpes para invadir Italia. Andando los años el vanagloriado general caería derrotado como su Cartago natal —Como ya había augurado Catón: Delenda est Carthago. Finalmente los elefantes de la Antigua Civilización Cartaginense tampoco fueron decisivos en las guerras por el domino del Mediterráneo, si bien su enorme sufrimiento, su entrega y su triste final merecen este pequeño homenaje.

Nabucodonosor II, el gobernante de la dinastía caldea de Babilonia, conquistador de Judá y Jerusalén, constructor de los Jardines Colgantes decoró allá por el 575 a.c las Puertas de Istar con Flores de Lis como símbolo de su poder y gloria. Usada en las culturas indias, griegas y egipcias, estaba muy vinculada con la fecundidad y con la diosa madre Isis. Para los franceses, su emblema, su historia de sangre, un puñal con 3 hojas. Para la Alquimia —en su búsqueda de la piedra filosofal y el elixir vital— es el árbol de la vida, símbolo de iluminación, perfección, luz, conocimiento de las ciencias secretas y de resurrección. Fundido en la estrella de 5 puntas, la tierra, el agua, el aire y el fuego originan el quinto elemento, la quintaesencia, la representación de la perfección y la pureza.

Eras una humilde campesina que apenas sabía leer y escribir. En tu campiña natal en Domremí escuchaste voces y te embarcaste en un destino incierto para liberar Francia de los Ingleses. Junto a tus fieles soldados, levantaste tu estandarte y te lanzaste en actos suicidas hasta liberar el sitio de Orleans y coronar a tu delfín. Ese fue tu glorioso ascenso que precedió a tu terrible final. Te traicionaron y te acusaron de herejía. Un fuego abrasador acabó con tu vida.

¿Fuiste acaso la elegida de Dios o una demente movida por la esquizofrenia y las alucinaciones? Sea como fuera eras la doncella aclamada por tu pueblo, la fervorosa heroína que te enfrentaste contra todos los poderes de la tierra hasta ganar casi tu sola esa guerra de los Cien Años. Hoy Juana, tu nombre es ya leyenda.

Este es nuestro homenaje a las temibles y honorables samurai Onna-Bugeisha.

Guerreras como la emperatriz Jingū que desafió las normas sociales de su época, o la feroz y leal Tomoe Gozen, que según narra el poema épico del siglo XIII el Cantar de Heike, fue una jinete temeraria a la que ni el caballo más bravo ni la tierra más agreste podían amedrentar, capaz de, con su diestro manejo de la espada y el arco, encarar a mil aguerridos guerreros; o Nakato Takeko que, instruida en las artes marciales de la naginata (la katana femenina), dirigió la famosa unidad femenina Joshitai y que antes de ser capturada por sus enemigos, pidió a su hermana que le cortara la cabeza, siguiendo el ritual Seppuku.

La imagen de la camiseta es una adaptación de Tomoe Gozen retratada por Kikuchi Yōsai.