Valientes guerreros de élite cuyos orígenes se remontan al Japón feudal del siglo X. Considerados la casta más noble de soldados que sirvió al emperador, sus vidas de honor, lealtad y justicia, estrictamente regidas por el código del Bushido, les encumbraron al momento de mayor gloria y esplendor durante el período Sengoku (1467-1568).

Según el proverbio samurai, un verdadero guerrero no lucha por odio contra los que están frente a él, sino por el amor de los que están detrás.

La historia y la herencia cultural africana tiene una deuda con las tribus zulús, y especialmente con su brillante líder Shaka Zulu, aquel guerrero brutal que consiguió unir, a sangre y hierro, en un solo reino a todas las facciones tribales dispersas del Sur de Africa. Fiero como una pantera su fama internacional le llegó de sus enfrentamientos con los Boers. Militarmente preparadas y aleccionadas frente a la dominación de los blancos, las tribus zulús protegieron sus tierras durante años frente a la explotación y el colonialismo. Hoy, Shaka, es un símbolo nacional, y las tradiciones y valores que forjó durante su Imperio aún resuenan en el continente negro.

Los Indios, grandes guerreros, granjeros y nómadas. Tribus sagradas con lazos ancestrales establecidos entre sí en Alaska, Hawai y el resto de los Estados Unidos, que formaron la cultura milenaria de los "pieles rojas". Nativos americanos fueron los sioux, arapajoes, apache, cheyenne o cherokee y sus famosos líderes como Geronimo, Crazy Horse, Sitting Bull que evocan las luchas épicas de la conquista del salvaje oeste.

El ejemplo supremo de la civilización india era el guerrero. Sus infinitas virtudes lo convierten en una figura admirable. Y para ser un buen guerrero como lo entendían, no era suficiente tener un valor extraordinario; había que ser generoso, desapegado, austero y noble: un verdadero caballero. Era una forma de vida, un camino hacia la perfección.

Estoy tumbado, rodeado de los míos, ya es verano, y toca al fin disfrutar del merecido descanso. Mis compañeros de sonrisa inmóvil y mandíbula desencajada en permanente felicidad alegran el paisaje. Esta vez las mujeres y niños no vinieron, quedaron en casa. El más joven que me acompaña está a 50 cuerpos, a penas tiene 16. Vino porque siempre quiso recorrer mundo y ahora, inservible de cintura para arriba y abajo, se pasa los días mirando hacia el mar a través del pequeño agujero abierto entre los amasijos, los parapetos y los reductos apilados de aquellos bastiones convertidos en castillos de arena, que junto a carne contorsionada, sesos y ojos salidos de sus cuencas con el sol forman un parque temático único. Dicen que fue una bombarda. No lo recuerdo. Ahora sólo necesito descansar...