Los primeros guerreros de la peninsula ibérica fueros fieros y fieles Íberos que defendían con su muerte a sus jefes o caudillos. Eran Jinetes expertos que portaban arcos, flechas y la temida Falcata que usaban hasta el final de la batalla. Igual que los hombres, las mujeres, además de dedicarse al ganado y al cultivo, participaban también de la vida guerrera y de la Asamblea donde se tomaban las decisiones importantes de los estados tribales. Dedicados al culto de deidades femeninas (símbolo de creación y fertilidad), también ofrecían ritos al Sol y la Luna. En sus templos, adornados con esculturas de sagrados lobos —que representaban el ardor guerrero, el culto a la noche y el guía en el más allá—, se celebraban mágicas ceremonias oficiadas por famosas sacerdotisas como la Dama de Elche.

Traídos desde la India por los Macedonios e incorporados a los ejércitos Europeos, los poderosos y fieros —aunque pacíficos e inteligentes— elefantes fueron usados como armas de choque durante las Guerras Púnicas. Con ellos, Aníbal, aquel gran estratega que juró odio eterno a los romanos, cruzó los Alpes para invadir Italia. Andando los años el vanagloriado general caería derrotado como su Cartago natal —Como ya había augurado Catón: Delenda est Carthago. Finalmente los elefantes de la Antigua Civilización Cartaginense tampoco fueron decisivos en las guerras por el domino del Mediterráneo, si bien su enorme sufrimiento, su entrega y su triste final merecen este pequeño homenaje.

Cuando nos adentramos en la extraordinaria historia de la Antigua Roma nos topamos con sus legiones, sus conquistas, sus épicas batallas, sus emperadores y su inmenso Imperio, sus mitos fundacionales y sus dioses, el principio de ciudadanía, el derecho, el senado y el pueblo romano (SPQR), pero también nos topamos con historias de persecución, de comerciantes de esclavos por el Mare Nostrum, de prisioneros de guerra y gladiadores que luchaban heroicamente en la arena del Coliseo para conquistar su libertad —muchos de ellos, eso sí, enfrentados en los anfiteatros atraídos por la búsqueda de reconocimiento, fama y gloria.

Herodoto dejó escrito sobre el heroísmo de los 300 espartano encabezados por el rey Leonidas que fueron capaces con su sacrificio —frente a los persas de Jerjes I en las Termopilas— de detener el avance asiático, dando la oportunidad a los griegos de organizarse y en Salamina salvar la democracia. Cuando nos acercamos al mito y la leyenda, a veces la propaganda nos aleja demasiado de la realidad. No podemos olvidar que dentro de la sociedad esclavista de la Antigua Grecia, la sociedad espartana era extremadamente cruel, controladora y opresiva, cuyo ciudadanos estaban consagrados al “arte de la guerra” gracias a la inestimable “ayuda” de los ilotas, “esclavos” que se partieron el lomo para sostener a los espartanos hasta que al fin se rebelaron y fueron liberados allá por el 371a.c