La feroz resistencia frente al invasor de los pueblos prerromanos viene de lejos. En la península el proceso concluyó con la guerras Cántabras (19 a.c), donde en cruenta guerra los romanos lucharon contra los pueblos celtas del Norte (las tribus de astures y cántabros). Iberia fue escenario de guerras de ocupación, sometimiento, alianzas estratégicas, asimilación cultural, intereses y traiciones desde Cartago —Sagunto— y las posteriores rebeliones, en el desarrollo de la romanización, como las ilergetes e Íberas (sometidos en 190 a.c), las resistencias turdetanas, las celtíberas o las lusitanas con Viriato a la cabeza…
Estos pueblos celtas o protoceltas (Galaicos, Cántabros, Astures, Belos, titos y pelendones, Arévacos, Vacceos, Celtíberos, Vettones, Carpetanos, Lusitanos) que, desde finales de la Edad de Bronce y a lo largo de la Edad de Hierro, compartieron la cultura de los Campos de Urnas —uso del hierro para armas e incineración de sus muertos—, las creencias, los dioses, los cultos, la magia, los bosques, la devoción por la guerra ritual y los duelos, resistieron —luchando y defendiéndose en sus fortificados Castros— hasta que el Imperio Romano puso fin a la Céltica hispana o Celtíberia al destruir el ultimo bastion celtíbero (Numancia).