Los escitas fue un pueblo nómada dedicado al pastoreo y a la cría de caballos de monta, que descienden de los antiguos pueblos de la meseta iraní donde se hablaban lenguas de origen indoeuropeo. Eran tribus feroces que dominaban el revolucionario arte de la guerra a caballo, controlaban las rutas comerciales (Egipto, Roma, Grecia, Persia, India, China) y que solían, en sus incursiones sobre asentamientos vecinos, apoderarse de botines de oro, caballos y esclavos. Como cultura ancestral lo sagrado estaba muy presente: inhalaban cannabis y hachís para comunicarse con los dioses y realizaban ritos funerarios como los descubiertos en Tamgaly en Kazajistán —El Stonehenge de los escitas, templo de rituales donde se encontraron petroglifos o gravados rupestres de chamanes, toros y caballos bajo la mirada del Dios Sol—, lugares sagrados donde se enterraban para poder entrar en contacto con sus antepasados.

Las mujeres tenían un papel fundamental en la comunidad y en la vida guerrera. El gran historiador griego Herodoto dejó escrito sobre las amazonas escitas que ya desde niñas aprendían a usar el arco curvado (recubierto de corteza de abedul) y la flecha (que mojaban con veneno de serpiente). El perro, el águila y el caballo (usado en sus veloces desplazamientos para la caza estacional) eran compañeros inseparables de estas jóvenes aprendices, que domesticaban creando un lazo y vínculo especial a través de las palabras y el lenguaje corporal.

Estas guerreras amazónicas llegaron a ser jinetes expertas que nutrían las filas de sus ejércitos —se datan unas 300 mil mujeres amazónicas frente a ls Persas. Tatuadas con animales fantásticos, que les infundía poderes mágicos en sus actos de valentía, lideraron a las tribus nómadas, y su capacidad de seducción era total —eran poliándricas y recurría a hombres fuertes para engendrar niños fuertes—, algunos héroes y reyes como Hércules o Alejandro Magno experimentaron ese poder.

Entre los nombres de guerreras de las estepas hay que mencionar a Tomiris, del pueblo vecino masageta, que como las épicas Zenobia, Artemisa o Pentesilea, derrotó y mató al mismísimo Cirio II, rey de los Arquímedes de Persia "saciándolo de su propia sangre". Y en fechas muy posteriores —mediados del XIII cuando el Imperio de Genghis Kahn ya estaba dividido— a la princesa mongola Khutulun, única hija de Kaidu y la menor de los 15 hermanos, señores del Kanato de Chagatai, vasallos del gran Kan Kublai Khan, recién autoproclamado emperador de China, con el que se mantuvieron en guerra durante 30 años. Su fuerza, valentía y destreza le llevó a ser consejera en las batallas y en el gobierno, y a derrotar, por cierto, no sólo a todos sus hermanos en la lucha libre tradicional Bökh (fortaleza, unión y persistencia) sino también a todos sus pretendientes. Hoy es considerada en Mongolia como la heroína que jamás fue vencida y aún se la rinde un peculiar tributo en los famosos “tres juegos del hombre” —tiro al arco, carreras de caballo, Bökh— donde los luchadores muestran sus atributos para atestiguar que quien ha sido vencedor no es una mujer, en referencia a nuestra legendaria guerrera que con toda seguridad les aplastaría como moscas.

Fueron generaciones enteras de mujeres guerreras que murieron con tanta valentía como los hombres y que ayudaron a poner a raya a Roma, Grecia, China y Persia.